El ánimo simplificador de algunos autores nos ha llevado a creer que elaborar buenos guiones se reduce meramente a conocer cómo narrar una historia (cualquiera que esta sea) y que lo que asegura el éxito de un buen guion es la organización de los eventos que conducen a «un protagonista impulsado por el deseo» hasta «la consecución de un objetivo urgente e ineludible»: «quién desea qué de quién», es la fórmula propuesta por el dramaturgo y guionista estadounidense David Mamet. Aunque esta fórmula resulta muy útil para la construcción de escenas, no se aplica necesariamente al guion en su conjunto.
Conocer el arte de narrar historias no es sinónimo de saber construir historias de calidad. Hay autores como Kate Wright (Screenwriting is Storytelling: Creating an A-List Screenplay that Sells!) que hacen una distinción entre narrar y construir historias. Para Kate Wright, el concepto de story es casi siempre el aspecto más importante de cualquier guion: la story se refiere a lo que experimenta el personaje principal, no a lo que ocurre de manera general. En otras palabras, y refiriéndonos a nuestra existencia cotidiana, a todos nos interesa lo que deseamos personalmente, si lo alcanzamos o no, y asuntos similares; pero lo que nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia de vida es nuestra convicción de que aquello que vamos logrando o perdiendo nos completa (o vacía) de alguna manera. Nuestra historia termina siendo, no solo lo que alcanzamos o dejamos de alcanzar, sino lo que vivimos con nosotros mismos mientras luchábamos por nuestros objetivos.
El cínculo —la bisagra— que garantiza que el sentido de la story pueda pueda transmitirse al espectador a través de un storytelling efectivo reside en el personaje principal, ese álter ego que elegimos para que los lectores y espectadores experimenten las historias que contamos. Si el lector del guion no se transforma en héroe ocasional por efecto de la narrativa, o si al menos no logra identificarse con el personaje principal, por más estratégica que sea la forma de narrar la historia, puede terminar sintiéndose aburrido. Así, en el guion, todo comienza por tener un personaje principal bien delineado.
Lo que convierte al personaje principal en un elemento esencial de la estructura dramática es el hecho de que sus acciones están motivadas por un impulso particular que define su comportamiento, la «manera de ser» que dirige sus decisiones y guía sus acciones. Este comportamiento inalterable, resultado de una pasión arraigada, de una creencia firme o de una decisión definitiva, le otorga una identidad personal o una inclinación persistente que permea toda la historia. El personaje principal expone este comportamiento a las vicisitudes de la trama, y su involucramiento en la misión (derivada del hecho de que él u otro personaje necesite conseguir algo con urgencia) se convierte en una prueba que finalmente valida o cuestiona el comportamiento del personaje. Este mecanismo simple es la base de muchas películas y obras dramáticas: ¿Puede un hombre, incapaz de controlar sus celos, resolver satisfactoriamente sus dudas respecto a la mujer que ama? (Otelo, de William Shakespeare) ¿Es capaz una joven emocionalmente vulnerable de soportar las peores vejaciones sin recurrir a sus poderes sobrenaturales potencialmente destructivos? (Carrie, el filme de Brian De Palma) ¿Puede una mujer, incapaz de rebelarse contra el machismo de su esposo, romper los lazos matrimoniales y empezar una vida propia? (Julieta de los espíritus, de Federico Fellini). ¿Es posible que un niño decidido a proteger a un amigo se comprometa con un extraterrestre hasta asegurar su seguridad frente a las adversidades terrenales? (E.T.: El extraterrestre, de Steven Spielberg). ¿Puede un artista completar el rompecabezas de su vida hasta darle sentido? (El espejo, de Andréi Tarkovski). Todas estas preguntas ponen a prueba una identidad: narramos historias no solo para evocar la emoción efímera que surge del suspense sobre lo que los personajes pueden o no lograr, sino también para validar (o refutar) los valores que motivan a los personajes.
El arte de gestionar la información, de estructurar los eventos, de crear suspense, intriga y sorpresas, es decir, el storytelling, resulta fundamental. Sin embargo, los guiones que perduran son como el amor verdadero: no solo nos emocionan en el instante, sino que se quedan con nosotros mucho después de que la emoción inicial haya desvanecido. Y esto depende, en primer lugar, del elemento clave de cualquier historia: el personaje principal.